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La primera mitad del siglo XX en Colombia estuvo llena sucesos que marcaron la historia del país y lo llevaron a cambios diversos. Durante este periodo se dieron eventos que brindaron una supuesta apertura al desarrollo económico de las regiones tales como la entrada de ferrocarriles y la construcción de vías; así mismo llegaron muchas empresas al sector agrícola que traían la bonanza donde se establecían. Junto con este crecimiento también se da origen a la clase trabajadora u obrera que tenía como fin servir a los grandes latifundistas o a las empresas que explotaban los recursos. Paralelamente, campesinos y pobladores del sector rural seguían, con más fuerza,  la lucha derivada de la vulneración de sus derechos en el acceso a la tierra por terratenientes que seguían acumulando grandes extensiones y explotaban al campesino con bajos salarios, pésimas condiciones laborales y ningún beneficio; en algunos casos su relación laboral consistía en pagarle al amo por dejarlos trabajar en un área de tierra restringida.

 

Montería, provincia del Sinú no estuvo exenta de lo que pasaba en todo el país, aunque sí un poco atrasada en acontecimientos como la abolición de la esclavitud de la cual se supo treinta y seis años después de darse, la llegada del teléfono, la imprenta y hasta el servicio eléctrico que, años después de haber llegado al Caribe, comenzaba a instalarse en la población monteriana (Garces & Santoya, 2011). Esto se dio, en parte, por el difícil acceso a la población que estaba bastante alejada de la principal ciudad, Cartagena, y también por intereses políticos y militares que impedían que se divulgara información importante o que se siguiera el ritmo de avances que llegaban a toda la región y el país.

 

Las primeras décadas del siglo XX estuvieron marcadas por el nacimiento de grupos o movimientos sociales en todo el país que pedían o exigían la reivindicación de sus derechos; se trataba de los movimientos obreros que junto con los indígenas encabezaban la lucha debido a las malas condiciones laborales con las que contaba este gremio y que se vio reflejado en el establecimiento casi paralelo de grupos que buscaban, independientemente de la región, los mismos intereses. En el interior del país el movimiento del indígena Quintín Lame buscaba el no pago de terraje y el restablecimiento de las tierras despojadas; se tomaban tierras arrendadas a campesinos que pertenecían a latifundistas y, en la costa Caribe, se comenzaron las luchas campesinas y étnicas por su independencia del yugo de los terratenientes y obtención de tierras que ellos mismos trabajaban y producían. Es así y bajo esos preceptos que nacen grupos de lucha obrera campesina en Santa Marta, Barranquilla y Montería.

 

Montería había adquirido su condición de capital de la provincia del Sinú, estaba creciendo en número de habitantes y varias empresas se habían establecido para la explotación de recursos como la madera, caucho y cacao, entre otros. Ello hacía que la región creciera no solo en producción económica sino también socialmente, debido al ingreso de ideas socialistas, también llamadas Redentoras  y Socialistas Moderadas (Fals Borda, 1986), que llegaron y se instalaron primero en el  Sinú y que luego se expandieron hacia el interior del país. Esas ideas llegarían a revolucionar y cambiar la mentalidad de los habitantes de la región, sobretodo de la clase trabajadora y carente de riquezas y bienes que venían sufriendo con las precarias condiciones de vida y laborales a las que estaban siendo sometidos. En 1915 llega a Montería de Vicente Adamo, un italiano que ya había trabajado en otras partes de la región Caribe y que al vivir las malas condiciones de trabajo a las cuales no solo se enfrentaba él, sino todos los trabajadores de la zona, comenzó a divulgar esas ideas adquiridas en Europa y a ganar la simpatía de diversos grupos de trabajadores, entre los que se destaca artesanos, campesinos, vendedores, herreros y carpinteros del mercado público. Con ellos surge la Sociedad de Obreros y Artesanos de Montería, el 22 Abril de 1918 varado como “un  movimiento ciudadano, empoderado con una alta cultura política participativa con aires de educación y activismo popular” ( Garcés y Santoya, 2011, p.145).

 

La recién creada sociedad, tenía varias novedades que lo diferenciaban de otros movimientos de la época; entre ellas se destacaba la participación activa y reconocida de la mujer en la creación y toma de decisiones del grupo. Juana Julia Guzmán fue la principal cara femenina de la lucha campesina y obrera en Montería y en toda la provincia del Sinú. Corozalera, pobre, sin estudios, llegó a Montería a trabajar como sirvienta y luego cambió a cantinera y ventera; comenzó a escuchar los discursos de Vicente Adamo en las reuniones obreras y de ahí su interés en mejorar las condiciones de los campesinos y trabajadores, pero también de las mujeres. Las hizo partícipes en la lucha por sus derechos, porque quién mejor que ellas mismas para hacerse ver no solo como trabajadoras sino como luchadoras y merecedoras de buenos tratos y oportunidades.

 

Fue Juana Julia junto a Vicente Adamo quienes fundan la Sociedad de obreros y quienes comienzan a movilizar, no solo en Montería sino en toda la región, a simpatizantes de sus ideas que no eran extremas pero si poseían un gran contenido reformista y totalmente novedosas. Buscaban, entre otras ideas que estaban en sus propuestas, fomentar la organización popular lo que establecía un problema para clase dominante de la región; la eliminación absoluta de la matrícula que se basaba en el engaño y explotación del campesino por parte del patrón mediante la obtención de préstamos esclavizantes e imposibles de pagar y que los mantenían sujetos a este de por vida, limitando los pocos beneficios que tenían como el pago completo de su salario; la total supresión de cualquier forma de maltrato derivado de la matrícula o por caprichos de los patrones; el derecho de los colonos a la ocupación de terrenos baldíos sumándose a la abolición de monopolios en tenencia de tierra; como punto para resaltar, el reconocimiento de la dignidad de la mujer en igualdad de condiciones con los hombres y la eliminación del machismo y de cualquier forma de expresión que amenazara su integridad y valor. Estas ideas comenzaron a hacer eco dentro de los grandes hacendados de la región, quienes al ver la magnitud y la fuerza que había alcanzado el movimiento comenzaron a ceder en algunos puntos, pero sin dar la pelea contra aquellos que estaban poniendo en vilo su estabilidad y su poder hegemónico.

 

El 7 de Febrero de 1919 Juana Julia Guzmán crea junto con algunas otras mujeres la Sociedad de Obreras de la Redención de la Mujer, un colectivo organizado y formado principalmente por bailadoras de fandango, lavanderas, fritangueras, vendedoras y cocineras entre las que se destacan Pacha Ferias, Agustina Medrano, María Barilla, Josefa González y Ana Méndez. Buscaban el reconocimiento de la mujer como figura importante dentro de una sociedad dominada principalmente por hombres y donde la participación en cualquier actividad diferente a la de servir estaba prohibida; además, buscaban reglamentar el trabajo de la mujer y de los menores de edad que también eran explotados como trabajadores. En esta agremiación las mujeres no solo podían participar sino incidir en la toma de decisiones, en la gestión y cambio social en pro de la igualdad de sus derechos, sino que lejos de ser amas de casa o empleadas domésticas eran agentes de cambios capaces de transcender y transformar su entorno (Garces & Santoya, 2011). Este colectivo llamó la atención por la entrega, compromiso, organización y su numerosa participación, mucho más grande que la sociedad de obreros y artesanos, creada mucho antes, donde la mayoría de los integrantes eran hombres y, aunque tenía participación activa de estos, las mujeres se visibilizaban mucho más. Las féminas buscaban redimirse ya que no había quien las defendiera y sus derechos estaban limitados a los intereses de los hombres (maridos y/o padres o hermanos) que eran quienes disponían de ellas y que, en muchas ocasiones, no hacían nada por garantizar sus derechos ni beneficios. La mujer no tenía voz ni voto.

 

Las dos sociedades comenzaron a contar con un respaldo mayor y un aliado efectivo en el semanario La Libertad, por medio del cual difundieron las ideas de las asociaciones, los logros obtenidos y el trabajo que estaban realizando y que era una forma de lucha en una sociedad llena de restricciones en la divulgación de noticias y mucho más de ideas nuevas y revolucionarias que fueran en contra de lo anteriormente establecido. Tener un medio propio de comunicación representaba una victoria sobre el sistema hegemónico al cual estaban sometidas y un rompimiento de esa estructura de poder. Estos colectivos de hombres y mujeres formaron el Comité Socialista de Montería, con carácter político. Adamo y Guzmán,  fundadores principales, consideraban que la política era necesaria para el respaldar sus ideales y la obtención de triunfos, pero no podía ir de la mano de sus formas de lucha y por lo tanto trataron de no mezclarla formalmente.

 

El trabajo de las ya creadas sociedades respondía, por una parte, a los lineamientos del socialismo y por otra al gran despertar de la mujer para modificar su vida de sumisión y explotación en una sociedad machista (Fals Borda, 1986). Unidos con el comité socialista alcanzaron varios logros demostrando su gestión y las intenciones de buscar mejores condiciones y bienestar a sus asociados, movilizaron a la población obrera monteriana, crearon y pusieron a disposición de la población la Biblioteca Popular con más de 300 libros, la escuela obrera con educación primaria y el Hospital socialista con seis camas, dos médicos y varias enfermeras; además, contaban con oficinas propias donde concurrían cantidades de campesinos de diversos lugares con el fin de asociarse o en busca de ayuda o información (Negrete, 2007). Así se logró eliminar definitivamente la matrícula que regía las relaciones entre patrones y trabajadores, los jornales de trabajo aumentaron, mejoró la alimentación de los peones y se lograron rebajar los intereses de los préstamos en dinero; la lucha había dado resultados y su cobertura  se daba en el campo como en la ciudad, ningún lugar fue abandonado y había presencia en ambos.

 

El visible éxito organizativo de artesanos y trabajadoras de Montería atrajo la adhesión del campesinado, que constituía la mayoría de la población de la región, haciendo que los objetivos de ambos colectivos se dirigieran hacia el campo al que también se unieron colonos que habían ocupado tierras baldías con sementeras de pequeños cultivos y que abogaban por su reivindicación inmediata con la obtención de títulos legales de las tierras (Fals Borda, 1986). Se comenzó con la organización de campesinos parcelarios en Sociedades Comerciales Anónimas autónomas de índole cooperativa o baluartes, que tenían como fin la defensa económica de sus beneficiarios y regularizaban las relaciones entre ellos; funcionaban bajo ideas socialistas de la época y se cobijaban bajo el lema de la revolución francesa “Libertad, igualdad y fraternidad” (Fals Borda, 1986, Díaz, 2002). Estos asentamientos recibieron los nombres de Baluarte Rojo Lomagrande con 175 socios, Callejas o Tierra libre con 229 y Canalete o Nueva Galia con 226 (Negrete, 2007, Fals Borda, 1986). Dirigidas por Adamo y Guzmán como segundo gerente, luchaban codo a codo para mantener a flote sus ideales y darle continuidad a los procesos de su movimiento.

 

Ante la creación de los baluartes, comenzó un enfrentamiento por parte de  hacendados de tierras aledañas que alegaban derechos sobre esas propiedades queriendo monopolizar esas áreas y desplazar a los campesinos que ya se habían establecido con su gente y enseres en esas tierras. El trabajo de sus dirigentes se enfocó primero en la certificación de esos terrenos como baldíos nacionales ante el Ministerio de Agricultura,  que fueron obtenidas por medio de un duro proceso ante las autoridades nacionales debido a la presión que ejercían los latifundistas interesados en quedarse con esas tierras y de los ricos de la región que estaban viendo menguar su poder, no solo en la pérdida de tierras sino también en las masas que se levantaban cada día en la obtención de derechos. Luego de obtener las certificaciones se procedió a la legalización de las áreas como baluartes campesinos  y solo cinco años después de haber establecido los asentamientos fueron avalados legalmente como zonas campesinas exclusivas. Este fue considerado el gran logro del colectivo ya que se evidenció que las luchas campesinas bien organizadas y planificadas daban resultados concretos.

 

Vencidos y perdidos en toda argumentación legal, los hacendados comenzaron a conspirar en contra de los líderes de la organización y de todo aquel que perteneciera a estas, actuando por encima de la ley y llevando la reclamación de tierras mediante de la intervención policial que arreglaban a su conveniencia; durante una de sus intervenciones se produjo la matanza de varios campesinos que usaban esos terrenos y de un policía. Ese episodio fue utilizado como motivo para el encarcelamiento de los líderes campesinos y la expulsión de Adamo del país, mecanismos que concretaron la ofensiva de la clase dirigente que se oponía a las luchas de las asociaciones y a los avances y victorias que habían obtenido con su trabajo. Pensaban que al sacar a Vicente Adamo se frustrarían los ideales de los movimientos que el mismo gestó, pero Juana Julia quedó al mando de las dos asociaciones y de los baluartes. Siguió junto al resto de simpatizantes en la consecución de los objetivos que se habían planteado desde la creación de los movimientos, hasta el punto de sufrir persecución y cárcel en varias ocasiones, Fue apodada la Robatierras y varias veces fue despojada de sus pertenencias, pero ella permaneció firme en sus convicciones. Aunque las sociedades y los baluartes sufrieron altibajos por culpa de todos los enfrentamientos que se dieron alrededor de estos, lograron permanecer en el tiempo; los líderes y lideresas que lo conformaban se mantuvieron en pie por sus derechos y perduraron hasta los años 50, bajo los mismos fundamentos con los cuales fueron creados.

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El cobarde no hace historia: la lucha obrera y campesina tiene forma de mujer

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Caso documentado por Vera Tatiana Martínez Baños, 2016
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