Caso documentado por David Garzón, 2010
La comunidad San José de Apartadó es una experiencia campesina que se ubica en la zona de Urabá, territorio de colonización reciente que ha atraído a campesinos y empresarios en búsqueda de oportunidades de trabajo y de inversión agroindustrial. A mediados de los 80, los narcotraficantes de Medellín deciden ampliar sus tierras, invertir sus capitales y establecer zonas de retaguardia en el Urabá, para lo cual establecen alianzas con algunas elites afectadas por la extorsión y el secuestro de la guerrilla[1], lo cual facilita una consolidación exitosa en los años 90 de las Autodefensas Campesinas del Córdoba y Urabá. Caracterizado por un crecimiento económico sostenido, pero con una distribución profundamente desigual, el Urabá no construyó instituciones democráticas para canalizar los conflictos sociales permitiendo la instauración de un régimen corporativo que maneja el poder local en el plano político y militar en representación de los intereses bananeros, mineros, madereros y latifundistas, mediante el cual se inició la contrarreforma agraria a través de la ganaderización y se profundizó la explotación agroindustrial. La comunidad de San José de Apartadó más allá de la resistencia genera una construcción política autónoma que plantea una nueva forma de relacionarse socialmente, de reproducirse materialmente y de representarse culturalmente. Según sus propios relatos, “Nos declaramos como Comunidad de Paz de San José de Apartadó el 23 de marzo de 1997; el casco urbano de nuestro corregimiento estaba vacío ya que la mayoría de familias se habían marchado a raíz de las dos masacres perpetradas por los militares en septiembre de 1996 y en febrero de 1997 y en las que habían arrasado con los líderes con que contaba el corregimiento… Al principio del proceso, éramos como 500 personas que fuimos los que nos lanzamos a la construcción real de la comunidad; la mayoría de los que habían firmado la declaratoria el 23 de marzo se habían ido desplazando a otros lugares. Los que nos quedamos, asumimos el proceso como la única posibilidad de mantenernos y de vivir dignamente en medio de la guerra”[2]
La motivación principal de este grupo de personas es establecerse en un territorio donde puedan crear una ambiente de paz que les permita construir una comunidad. “La Comunidad ha venido generando alternativas organizativas y de respeto a la población civil; por ello, ante la estrategia de muerte, de arrasar y desplazar al campesinado para que los paramilitares tomen posesión de la tierra, se decidió crear Zonas Humanitarias en diversas veredas. La búsqueda allí es el respeto de la población civil por parte de los actores armados, con los mismos principios de la comunidad. En acuerdo con los pobladores respectivos, se han propuesto Zonas Humanitarias en las veredas Miramar, Cristalina, La linda, Mulatos, Arenas Bajas y Alto Bonito”.
Los paramilitares confunden su rebeldía con una simpatía a los ideales de la guerrilla, mientras que esta última exige a los miembros de la comunidad participación de los jóvenes o utilizar los territorios como retaguardia. A su vez, el Estado colombiano pretende imponer su soberanía, a través de las burocracias militares y administrativas para no dejar evidencias de su ausencia histórica. Todos los actores que rodean la comunidad rechazan y desconocen las sociabilidades autónomas y autogestionadas que se están desarrollando que son leídas como una amenaza más. “Todavía vivíamos en las veredas y con la declaratoria de Comunidad de Paz esperábamos ser respetados y poder seguir en nuestras tierras, pero estábamos equivocados; tropas del ejército en conjunto con los paramilitares realizaron operativos en las veredas, asesinaron gente de nuestra comunidad y a muchos de ellos les colocaron camuflados para decir que habían sido asesinados en combate. A las veredas nos dieron plazo de tres días para abandonar nuestras tierras y el que no cumpliera la orden sería asesinado. Esta amenaza era real ya que a los tres días entraron y asesinaron a quienes se encontraron en los caminos; entretanto, los helicópteros y aviones bombardeaban y ametrallaban. Los que pudimos salir nos ubicamos en el caserío de San José y desde allí comenzamos a resistir… Cuando bajamos al caserío de San José todo era tristeza, hambre y desolación, sin embargo nuestros hijos y el querer permanecer en nuestra tierra nos daba la fuerza para seguir adelante; desde entonces hemos recorrido un caminar de resistencia que ha sido muy difícil porque el terror se ha manifestado en todas sus formas pero nunca ha podido superar el amor que le tenemos a la vida”.
En un proceso constante, la CPSJA fue complejizando su organización social creando Comités para realizar las distintas actividades que el día a día les exigía. Esta será la base para diseñar un nuevo horizonte político que da sentido e identidad a la comunidad. En cuanto a lo primero relatan los protagonistas: “Nos organizamos, comenzamos a crear distintos comités. Nos tocaba cocinar en una sola olla comunitaria para todos, porque no había mucho que comer. Primero comían las mujeres y los niños y los hombres de últimos; la situación era de mucha hambre. Cuando empezó a llegar la ayuda humanitaria, distribuimos la comida por veredas; se nombró un coordinador por vereda y se cocinaba en varias partes ya que era más fácil a nivel organizativo…La comunidad escogió un Consejo Interno como un órgano de representación y de consulta. Se eligió un comité de deportes para poder hacer partidos de fútbol. Se hacían actividades con los niños ya que al estar todos en San José, la situación era muy difícil y era necesario tener formas de distracción. En medio del conflicto se continuó con las clases en la escuela porque siempre hemos puesto todo nuestro esfuerzo en no dejarnos arrebatar la educación, la tierra, nuestra familia…
Esta dinámica de confrontación y sobrevivencia va creando la solidaridad para que la comunidad trascienda las necesidades inmediatas y comience a pensar en un proyecto de sociedad para el futuro. Así, los anhelos y las expectativas, poco a poco, se vuelven realidad. En este sentido, la CPSJA ha construido sociabilidades en torno a las necesidades compartidas, al margen tanto de las instituciones del Estado colombiano como de los grupos armados ilegales. “Hablar de los grupos de trabajo de nuestra comunidad es casi hablar de su desarrollo y su misma esencia; los grupos reflejan lo que hemos sido, nuestros deseos, nuestra construcción de una nueva sociedad. Hoy la comunidad tiene más de 55 grupos de trabajo, los cuales son nuestra fuerza. Allí se refleja el compromiso con nuevos principios, con acciones reales de vida, los grupos de trabajo le dan a la comunidad su horizonte real.Con un grupo de 330 personas sacamos la primera cosecha de maíz comunitaria; lo que recogimos se repartió en la comunidad y lo que sobró se vendió para comprar alimentos y herramientas para seguir trabajando. Fue hermoso e interesante la forma como comenzamos a construir una nueva forma de vida, de sociedad, de economía. Una economía donde no sólo importaba el individuo, el egoísmo, mi necesidad, sino que se pensaba desde las necesidades de todos. Así han nacido nuestros principios: experiencias que vivimos y que luego reflexionamos para asumirlas como principios de la comunidad”.
“Para nosotros cada nuevo día es un logro enorme y más aún cuando vemos que la comunidad avanza. En la celebración de los primeros 3 meses de la comunidad habíamos hecho las primeras siembras; a los seis meses de conformada la comunidad, recogíamos las cosechas”. La CPSJA ha articulado la resistencia con una forma de economía propia que es funcional a la situación que tienen que enfrentar, pero al mismo tiempo se está construyendo colectivamente una nueva forma de sociabilidad que crea lazos de identidad, en tanto todos los miembros de la comunidad comparten el deseo de mantener la paz, que no se limita a la seguridad física, sino que implica el bienestar colectivo y la realización personal a través del trabajo mancomunado campesino, situación ha resignificado las relaciones y los roles económicos al interior de la comunidad. La producción, el trabajo y los excedentes son compartidos, desplazando el interés racional individual en el bienestar colectivo. “Indudablemente este trabajo en grupos no ha sido fácil. Fue muy difícil porque estábamos acostumbrados a trabajar individualmente. Este esfuerzo nos ha costado años y seguimos en un trabajo constante ya que siempre existe el riesgo de que las posiciones individualistas quieran imponerse sobre el bienestar colectivo. No ha sido fácil que todos nos sintamos y nos pensemos como parte de una comunidad; este proceso de pertenencia y participación pasa por todos los niveles. La Comunidad de Paz es un proceso que nos pertenece a todos, somos nosotros quienes hemos pensado su estructura comunitaria, democrática y representativa”.
La resistencia se ha organizado mediante las acciones judiciales, simbólicas y comunicativas para no dejar en la impunidad la responsabilidad por las masacres que han sufrido, se han enfrentado a la ineficacia del sistema de Justicia colombiano, al encubrimiento de las acciones perpetradas por las Fuerzas Armadas colombianas y por el ejecutivo en diferentes momentos. Estas acciones han sido respaldadas por organismos internacionales, medios de comunicación, ONG defensoras de derechos humanos, asociaciones campesinas, organizaciones sociales e instituciones religiosas, en un clamor que ha sido escuchado por la Corte Constitucional y la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos.