Caso documentado por Carolina Niño, 2009
La Asociación de mujeres trabajadoras del Catatumbo, Asomutca, en Teorama, Norte de Santander, surge en el marco de un proceso de retorno a sus tierras. “Entre 2001 y 2002 las familias campesinas pertenecientes al Catatumbo Medio se vieron obligadas a desplazarse de sus fincas y veredas, forzadas por la violencia latente e indiscriminada que afectaba la región y amenazaba con aumentar. Inicialmente, la mayoría de familias decidieron asentarse en los municipios de Convención y Ocaña, que poco tiempo después se convirtieron en zonas de ampliación y permeabilización del mismo conflicto, situación que obligó a muchas de ellas a reubicarse en la ciudad de San José de Cúcuta. Dentro de las dinámicas familiares propias de esta región, existe una tendencia marcada hacia el establecimiento de nuevos núcleos entre parientes sin consanguinidad directa que mantienen una relación familiar periódica. Por esta razón, aún durante el desplazamiento las relaciones se mantuvieron; algunas familias que decidieron permanecer en Ocaña tenían comunicación constante con sus parientes en Cúcuta. Este antecedente favoreció la creación de redes de apoyo dentro de los asentamientos y a lo largo de todo el proceso. La principal motivación de las familias expulsadas del Catatumbo Medio para iniciar una operación masiva de retorno, fue el panorama de injusticias, desatenciones estatales, hambre y escasez de ingresos dignos que encontraron en las ciudades; todo esto las obligó entonces a priorizar su sustento y sobrevivencia ante el riesgo inminente de volver a sus territorios en medio de las secuelas del conflicto.
Después de retornar a sus parcelas y encontrar toda su infraestructura productiva destruida las familias del Corregimiento de San Pablo, municipio de Teorama, iniciaron la segunda etapa del proceso, donde persistía la asistencia alimentaria como principal fuente de subsistencia, pero simultáneamente se daba inicio a la recuperación de semillas, especies menores y proyectos productivos familiares y asociativos. En la tercera etapa de la operación, la ONG Corambiente[1], que logró permanecer en la zona, establece como prioridad, el inicio de un trabajo asociativo y organizado.
La Asociación de Mujeres se conforma con la iniciativa de contar con un espacio local gestionado por y para ellas, así como promover y gestionar alternativas efectivas para hacer frente al problema de la coca, de manera que pudiesen materializarse proyectos productivos para generar ingresos a estas familias. Los aspectos más destacables de la Casa de la Mujer nacen desde el momento en que surge la idea; las historias de vida de las mujeres y sus familias, el contexto de violencia, vulnerabilidad e inequidad que ha enmarcado desde entonces la vida en la zona, son en realidad lo que se refleja en la propuesta de construir un espacio de paz, un lugar que fuese el emblema de la reprobación hacia todas las formas de violencia e injusticia.
El sueño se empieza a materializar a principios del año 2007, gracias a la donación de un lote, luego vienen los planos y la recolección de fondos a través de rifas, bazares, ventas de comida en las ferias, entre otras. Se consiguen luego unos recursos con una entidad española y se compran los materiales, la contratación del maestro de obra y sus ayudantes. El transporte de los materiales lo aporta la volqueta municipal luego de un trámite con la Alcaldía. También tuvieron dificultades con el Batallón Santander para la expedición del permiso para el ingreso a la zona de los materiales de construcción.
Para resolver la necesidad de mano de obra no calificada se acordó que los esposos de cada una de las asociadas debían aportar tres jornales durante todo el proceso de construcción. Las mujeres solteras aportaban sus propios jornales cocinando para los trabajadores de la obra y si alguna familia por algún motivo no podía cubrir sus jornales correspondientes, debía cancelar el valor de los tres jornales en dinero. A lo largo de todo el proceso de gestión y construcción de la casa, se fue construyendo un reconocimiento al protagonismo de las mujeres, una forma más de levantar las voces de protesta ante una historia de inequidad, maltratos, desatención e injusticias con ellas.
El 15 de noviembre de 2008 se inauguró la Casa de la Mujer de San Pablo. Desde ese momento la casa ha cumplido con su objetivo: ha facilitado los espacios de reunión, capacitación y esparcimiento, no sólo de las asociadas, sino de la comunidad en general. La casa de la Mujer es en sí misma un territorio, un espacio de resistencia hoy, ante las amenazas que el entorno entrega con la llegada de los programas de erradicación manual de ilícitos, el inminente retorno de los grupos armados a la zona y las consecuencias de muerte y destrucción que ese panorama desencadenaría. La casa es entonces la forma de decir a gritos que todas estas mujeres y sus familias quieren quedarse allí para seguir recomponiendo lo que ya una vez perdieron”.