Caso documentado por Sandra Ramírez, 2009
En su historia se pueden leer todas las dinámicas de la guerra y el papel del narcotráfico, pero también un proceso organizativo importante. Las cooperativas, el trabajo conjunto, solidario, la ayuda mutua y la necesidad de organizarse para exigir sus derechos especialmente el derecho a la tierra han sido parte de los referentes originales que aún se mantienen. En ese momento contaron con el apoyo del sindicato agropecuario SINDIAGRO de Belén de los Andaquíes[1] quien apoyaba a los campesinos para reclamar el derecho a la tierra y a una regulación justa de precios. La zona estuvo en ese momento bajo la influencia de la guerrilla del M-19, razón por la que fueron desplazados por la fuerza pública y señalados como auxiliadores de la subversión. Las familias campesinas se dirigen a Florencia, enfrentando hambre, desesperanza y miedo, sin tener un techo donde dormir y con el dolor de haber perdido todo lo trabajado. Son apoyados por la Iglesia católica en local y en 1982 constituyen la Asociación de Campesinos Migrantes La Unión, en la cual participaban 40 familias desplazadas de diferentes municipios del Caquetá, las cuales fueron aumentando hasta llegar a 140 familias. En su nueva condición crean dos microempresas, una ladrillera y una panadería, con lo que generaron empleo para todas las familias y gestionaron un terreno para la sede de los dos negocios. También apoyan con materiales y mano de obra, un proceso de vivienda desarrollado en el barrio las Malvinas[2] aprovechando una ocupación urbana. En medio de un ir y venir entre Florencia y sus lugares de procedencia, en 1985 conforman tiendas comunitarias en San Antonio de Getuchá, San José del Fragua, Santiago de la Selva con familias que decidieron retornar ante un mejoramiento del orden público; las tiendas generaron un buen impacto en las familias ya que contribuyeron a mejorar su situación económica. La bonanza coquera ocasiona una fragmentación del proceso al ser atraídos varios de sus socios por el cultivo de la coca que les ofrecía más rentabilidad que sus producciones agropecuarias y las tiendas son presionadas tanto por diversos actores armados, dado su carácter estratégico, siendo varios de sus líderes asesinados y otros desplazados, lo que prácticamente llevó al fin de la asociación.
Para 1997 los líderes que quedaron hicieron un intento para volver a motivar la participación de las familias, pero sólo llegaron cinco fundadores. En el 2005 nuevamente convocan a las familias, llegando 17 de ellas con las que se propuso una reactivación de la asociación. Acordaron nuevamente reiniciar sus actividades, cambiaron el nombre por Asociación de Campesinos del Caquetá San Isidro y renovaron estatutos. Su condición de desplazamiento ha sido superada, las familias han vuelto a establecerse en nuevos sitios, algunos lograron conseguir pequeñas parcelas donde están produciendo, otros desarrollan actividades en la ciudad como celadores, constructores, revendedores de productos etc. Quieren darle una identidad más campesina a la Asociación, reforzando el vínculo con la tierra para la producción de alimentos y para que sea un espacio de protección para ellos. Sus asociados están conformados por algunos de los líderes y socios fundadores de la primera fase, sus hijos, así como otras personas que buscan además de la posibilidad de acceder a tierra a través de varias de las proyecciones que tiene este colectivos de constituirse en un activador del desarrollo local.