Caso documentado por Liliana Moreno, 2010
En el marco del Cima surge Asoagrar, en Arboletes, centro poblado que pasó de ser municipio hasta comienzos de los años 80 a sufrir el desplazamiento de más del 60% de su población (se estima que hoy la mitad de los arboledeños viven fuera) lo cual lo llevó a convertirse en corregimiento. Cuentan los mayores que primero fue la bonanza de la quina y cada bonanza ha sido más arrasadora que la anterior. El monocultivo del maíz trajo dinero y fuentes de empleo pero, sin que lo notaran, acabaron los recursos hídricos de la zona. Aurelio, uno de los líderes jóvenes del grupo, cuenta que en la época de la bonanza del maíz no se conseguían estacas para amarrar las bestias ni leña para cocinar, a tal grado había llegado la deforestación. Los suelos estaban agotados por el monocultivo y los agroquímicos los hicieron bastante improductivos. Fuertes y sucesivas sequías que azotaron la región a partir de 1982, sumadas, según los “asoagrarios”, a los efectos que la revolución verde tuvo sobre el suelo, bajaron radicalmente la producción de maíz en este municipio que para entonces era uno de los principales productores de este cereal a nivel nacional. Con la llegada de la apertura ya no valía la pena correr el riesgo de perder la cosecha en una sequía y cientos de arboledeños se fueron a probar suerte al Caquetá y al Putumayo en donde la coca estaba en pleno esplendor.
La actual bonanza, la de la coca, tiene el agravante de las fumigaciones y las erradicaciones forzosas que los ha dejado más de una vez sin comida y ha expulsado a los jóvenes hacia las ciudades o hacia cultivos de coca “al otro lado de la cordillera”. Tampoco han faltado los grupos armados ilegales que han intentado, sin éxito, extorsionar a los cultivadores de coca de esta zona. “Somos tan pobres que rapiditico se dieron de cuenta de que no nos iban a sacar nada” cuenta Úlber, la cabeza visible de los “asoagrarios”. Y no le falta razón. La mayoría de campesinos de esta zona sobreviven con entre ½ y 3 hectáreas, lo cual, sumado a las pésimas vías de transporte y a la baja competitividad de sus productos, hace que ni siquiera la coca sea rentable. De acuerdo con los datos de costos de producción y precios de la hoja de coca pagados por los intermediarios, un campesino que tenga una hectárea sembrada en su totalidad de coca, lo cual nunca ocurre por diferentes razones, ganaría con las cuatro cosechas que este cultivo produce al año, si está en terreno y altitud ideales, poco menos de un salario mínimo mensual.
La actitud predominante entre quienes se quedaron fue la de “sálvese quien pueda” y muchos empezaron a vivir de las remesas que llegaban de fuera; los que no, conformaron bandas de asaltantes que, aún hoy, atracan los buses intermunicipales que pasan por la entrada al corregimiento, lo cual les ha valido a los arboledeños el estigma de ladrones.
Cuando los hermanos Úlber y Aurelio Castillo, impulsados por su participación en el CIMA, comenzaron a promover la idea de conformar un colectivo que trabajara bajo los principios del respeto a la naturaleza y la solidaridad, en la búsqueda de la reconstrucción de la identidad arboledeña y macizeña, no fueron pocas las burlas que tuvieron que aguantar por parte de sus paisanos; “asopobres” los llamaban, y pocos apostaban a que el proyecto –que comenzó sólo con integrantes de la familia Castillo- progresaría. Las fumigaciones y combates que el Plan Colombia llevó a los departamentos del Caquetá y Putumayo, trajeron de regreso a algunas de las familias que habían emigrado, y la zona, de maicera, pasó a ser cocalera, con las implicaciones que esto tiene en términos del conflicto armado colombiano y de la relación con el Estado. En ese contexto, la propuesta de Asoagrar luce, cuando menos, extraña, ya que, basados en el apoyo técnico y político brindado por Fundecima –la fundación del CIMA-, buscan implementar granjas agroecológicas basadas en la recuperación de semillas nativas, la producción orgánica y el fortalecimiento de los mercados locales.
Sin que fuera su propósito principal, Asoagrar se ha convertido en ejemplo de desarrollo alternativo a los cultivos de coca para uso ilícito y, por supuesto, alternativo al desarrollo ofrecido por las instituciones oficiales y de cooperación internacional. Mientras que la política oficial para la sustitución de cultivos se basa en la erradicación total como comienzo del proceso (lo cual es inviable para los campesinos) Fundecima y Asoagrar promueven el establecimiento progresivo de las granjas agroecológicas de tal forma que los cultivos de cacao, mango o limón, entre otros, junto con los destinados al autoconsumo, le van quitando espacio a la coca hasta que ésta deja de ser la principal fuente de subsistencia para la familia.
El proceso, por supuesto, no está exento de dificultades y las principales se encuentran al interior mismo de la comunidad de la que hacen parte los “asoagrarios”. Los imaginarios predominantes sobre sí mismos y las aspiraciones que se desprenden de esos imaginarios, están en clara contradicción con los principios promovidos por Fundecima. Para la mayoría de las familias de Arboleda la sostenibilidad ambiental de sus fincas no es una preocupación ni siquiera secundaria y vivir de esas tierras sin cultivar coca es casi impensable. Sin embargo, sería apresurado decir que dichos imaginarios llegaron con los cultivos de coca; podría afirmarse más bien que es resultado de la lógica que insertan las bonanzas en las poblaciones. Es la lógica de que lo que se pierde con el monocultivo: la diversidad de especies, la soberanía y la seguridad alimentaria, el agua. Esto se compensa y reemplaza con el dinero obtenido; una lógica inmediatista que no toma en consideración los costos de largo plazo e ignora que las bonanzas son pasajeras pero no por ello dejan de pasar la cuenta. La lógica de las bonanzas predominante en la población, sumada a la pobreza de la población en términos de ingresos, explican el desdén del resto de arboledeños hacia Asoagrar. Mientras la mayoría están pensando en qué hacer para obtener dinero, los “asoagrarios” se preocupan por la reforestación de sus tierras y la reconstitución de su identidad para que el ser arboledeño y macizeño sea motivo de orgullo. Claramente no se trata sólo de formas diferentes de producir; Asoagrar y Fundecima, proponen una concepción diferente de la producción campesina y de su integración al mercado. Durante la bonanza del maíz, que duró cerca de quince años, en Arboleda existió un mercado en el que cada domingo se mataban cuatro vacas, indicador usado por los campesinos de esta región para dar cuenta de la capacidad de compra de su comunidad. Con la desbandada de arboledeños hacia el oriente, el mercado del corregimiento dejó de existir y las familias comenzaron a comprar la comida en Mercaderes.
A finales de 2008 los “asoagrarios” evaluaron tener las condiciones necesarias para revivir el mercado de Arboleda, sobre la base de que sus granjas ya estaban produciendo lo suficiente para vender productos propios aunque fuese en pequeñas cantidades; parte de su evaluación consideraba que a los arboledeños les faltaba confianza en sí mismos, en su capacidad de producir alimentos e, incluso, en los productos de sus vecinos, lo cual implicaba, más allá del trabajo comercial, todo un proceso de educación política. Ahora, cada domingo los “asoagrarios” se ubican en el parque del pueblo y ofrecen una variedad -aún limitada- de productos que traen de sus fincas. Aunque al comienzo fueron objeto de burlas, casi siempre venden todo. Además, consiguieron un convenio con la administración departamental para ser intermediarios entre el ICBF y los productores de guandul, en un programa de seguridad alimentaria que se adelanta para los jardines infantiles. Por otro lado, otras personas de la comunidad se han integrado al mercado, aunque algunas de forma indirecta porque les da vergüenza pararse en la plaza a vender sus productos; entonces buscan a uno de los “asoagrarios” y les piden ayuda. Poco a poco el mercado de Arboleda se ha ido fortaleciendo y aunque aún es pequeño, los “asoagrarios” dicen con orgullo que ya se está “pelando” una vaca.